América Latina y el laberinto neoextractivista
América Latina constituye uno de los principales destinos de privatización y mercantilización de bienes naturales a manos de transnacionales y Estados en el marco del capitalismo a nivel mundial. El rol histórico reservado a esta región, ha sido el de proveedora de territorio y naturaleza al servicio de la valorización del capital internacional.
Hacia finales del siglo XX, asistimos a la privatización de bienes y servicios realizada por gobiernos neoliberales en todo el mundo; y en la actualidad los recursos naturales, las comunidades originarias y sus saberes, son objetos de despojo y explotación capitalista.
Desde la colonización de América la clasificación del mundo estuvo signada por la naturalización valorativa y jerárquica de las diferencias, situando a la civilización occidental como la cima del desarrollo y el modelo a alcanzar. Después de la Segunda Guerra Mundial, la teoría de la modernización, sugiere que el desarrollo es, precisamente, ese proceso por el cual los países llamados del "Tercer Mundo" a partir de ese momento, van a replicar las condiciones que existen en el "Primer Mundo": la industrialización, la tecnificación de la agricultura, la urbanización, la adopción de valores occidentales, la racionalidad, el individualismo, y el mercado. El discurso del desarrollo producido por países del norte se materializa entonces en instituciones como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, creadas para contribuir a este promocionado modo de desarrollo de países tercermundistas a través de préstamos de dinero y la injerencia en los asuntos económicos y políticos del país endeudado.
En los años sesenta, aparece el primer cuestionamiento hacia los enfoques desarrollistas y modernizadores que focalizan sus expectativas en la industrialización. Se trata de la perspectiva desde la categoría de dependencia, que establece las raíces del subdesarrollo en la relación entre los países centrales y periféricos. De modo que entre los espacios desarrollados y los subdesarrollados no hay una diferencia de etapa del sistema productivo como pretendían las teorías de la modernización, sino de posición dentro de una misma estructura económica internacional de producción y distribución, definida sobre la base de relaciones de subordinación de unos países sobre otros. Para los teóricos de la dependencia el problema no era el desarrollo sino el capitalismo, y bregaban por el desarrollo de corte socialista. Hacia finales de los años ochenta y comienzos de los noventa surge un profundo cuestionamiento llamado postdesarrollo, que pone en duda el concepto mismo de desarrollo en tanto invención histórica culturalmente situada (eurocéntrica).
El proceso de mundialización dirigido por el capital financiero y la aceptación del consenso de Washington por parte de los gobiernos, confirman el modo de insertarse de América Latina en la división mundial del trabajo en tanto fuente de biodiversidad, tierra, agua, hidrocarburos y minerales, que serán explotados en condiciones monopólicas por las empresas transnacionales privilegiadas por este reordenamiento global.
En este marco, comienza a consolidarse la estrategia de desarrollo neoextractivista, cuyo núcleo dinámico reside en las actividades que remueven grandes volúmenes de bienes naturales sin ser procesados -o sólo limitadamente- para ser exportados como commodities al mercado internacional. La producción de commodities exportables y su necesidad de expandir la frontera agrícola provocó el arrinconamiento de campesinos y comunidades indígenas que producen para el autoconsumo y para el mercado local, además de la destrucción y contaminación de los recursos naturales.
Este hecho provoca el deslazamiento forzoso de las comunidades afectadas que han sido privadas de las condiciones mínimas para su subsistencia, y como ocurre en el caso de los indígenas y los afrodescendientes que habitan quilombos o palenques, son expulsados de territorios ancestrales cuya propiedad es colectiva. Dado que la cosmovisión de estos pueblos está profundamente ligada a la tierra, su desplazamiento no supone una mera reubicación geográfica sino la destrucción de prácticas y modos de interpretar el mundo.
De acuerdo con la caracterización realizada por la socióloga y especialista en la temática, Maristella Svampa, el signo distintivo de este renovado modelo de desarrollo con respecto a su estructura tradicional, reside en tres características novedosas que han cobrado relevancia en las últimas décadas: la sobre-explotación de bienes naturales cada vez más escasos, la expansión de las fronteras extractivas hacia territorios considerados previamente improductivos, y la tendencia a la monoproducción asociada a la condición extensiva de las explotaciones. De esta forma, se consolidó en la región un modelo económico sustentado por la rentabilidad generada a partir del neoextractivismo, en el cual se invisibiliza el impacto social y ambiental del modelo haciendo hincapié en los “beneficios” traducidos por ejemplo, en el financiamiento de programas sociales. De este modo, los nuevos gobiernos de Latinoamérica de corte progresista, seducidos por dicha lógica, equiparan cualquier tipo de crítica al neoextractivismo como un obstáculo al desarrollo y el progreso de la nación, y tropiezan con la modalidad neoliberal de criminalización de las protestas.
Es preciso puntualizar que, si bien este modelo supuso una recuperación del empleo y la ampliación de políticas sociales compensatorias a partir de la desarticulación de ciertas políticas neoliberales, esto no significa que se llevaron a cabo reformas estructurales sino por el contrario, podemos establecer continuidades con respecto al modelo neoliberal, por ejemplo, en términos de la estructura productiva, la participación del capital extranjero, los vínculos clientelares, etc. Así, la lucha contra la pobreza se convierte en un potente justificativo para avanzar en el aprovechamiento de los recursos naturales disponibles, se discute de qué manera se utiliza el excedente generado, pero no se admite la discusión de la lógica de este desarrollo. Resulta particularmente llamativa la aparición de un neoextractivismo progresista, así denominado por diferenciarse de algunas características del pasado, entre las más importantes observamos: una mayor presencia o control estatal que en las décadas de 1980 y 1990; el cambio discursivo que implica ahora hablar de competitividad y globalización aunque no se modifique la inserción subordinada en el mercado mundial; la desterritorialización generada por las economías de enclave a partir del avance de la explotación minera, petrolera o los monocultivos, agravando las tensiones territoriales; la aparición de un sentido de la necesidad del neoextractivismo, apoyada en la creencia de un efecto derrame de los beneficios del crecimiento hacia el resto de la sociedad.
Otra de las aristas de suma importancia en torno a este tipo de actividades, está relacionada con el crecimiento y el fortalecimiento de prácticas sexistas de dominación. Es en este sentido, que los cuerpos de las mujeres devienen en territorios de uso y abuso en torno a los enclaves neoextractivistas. Los datos dan cuenta de un aumento de la prostitución, las violaciones y la trata de personas en aquellas regiones en donde están ubicadas las actividades extractivas, situación que agrava las problemáticas de salud de las mujeres y vulnera claramente todos sus derechos.
Es mediante el neoextractivismo que podemos advertir los hilos de aquel entramado colonial a través del cual América Latina se insertó en el sistema mundial en tanto proveedora de materias primas, y cuya continuidad, matizada por el progreso, perpetúa el rasgo distintivo de la colonialidad: la dependencia.
Más allá de aspiraciones y voluntarismos, es un hecho que el modelo neoextractivista sobrevive mucho más allá de las fronteras ideológicas de los gobiernos de turno, fortalecinedo una nueva y peligrosa forma de dependencia y dominación, profundizando la desposesión de tierras y recursos, y resignando la soberanía alimentaria. Será preciso reflexionar entonces acerca de la concepción misma de desarrollo, desarmar sus cimientos, para encontrar así una alternativa justa, igualitaria y sostenible a largo plazo.
Daniela Lasalandra
Licenciada en sociología (UBA) Docente
Maestranda en Diversidad Cultural - Especialización en Estudios Afroamericanos (UNTREF)