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Daniela Lasalandra

La identidad entrelazada. Una mirada más allá del espejo occidental


Los últimos años evidencian una creciente visibilidad y reconocimiento en relación a los colectivos afrodescendientes y sus derechos, así como también un aumento de la valorización y difusión de la cultura afro. Esta apertura se dio en parte por la movilización de dichos colectivos y además fue impulsada y acompañada con una serie de leyes y propuestas conmemorativas a nivel internacional. La denominación por parte de la UNESCO del Año de los Afrodescendientes (2011) y el proyecto: “La Ruta del Esclavo” (1994) impulsaron acciones reivindicatorias al interior de las naciones de América Latina y El Caribe. De la misma forma, la “Conferencia mundial contra el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y formas conexas de intolerancia” organizada por la ONU en Durbán (2001), así como la proclamación del “Decenio Internacional para los Afrodescendientes” (2015-2024), por parte de la Asamblea General de las Naciones Unidas, en su resolución 68/237 en diciembre del 2014; cuyo objetivo principal es el de reforzar las acciones y medidas que garantizan el pleno ejercicio de los derechos económicos, sociales, culturales, civiles y políticos de los afrodescendientes, así como su participación plena y equitativa en la sociedad.

La legislación promovida a nivel internacional y el accionar de las agrupaciones de afrodescendientes cristalizaron en espacios trasnacionales desde los cuales se acrecienta la visibilidad del proceso de producción de discursos, reivindicaciones, liderazgos intelectuales y políticos de movimientos negros sin precedentes en la región.

En continuidad con este proceso la UNESCO, en su 32ª reunión, celebrada en octubre de 2003, define al patrimonio cultural inmaterial como los usos, representaciones, expresiones conocimientos y técnicas -junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes- que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural. Este patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y a la vez de continuidad, contribuyendo así a promover el respeto por la diversidad cultural y la creatividad humana.

La técnica artesanal conocida como “trenzas africanas” forma parte del patrimonio cultural de las comunidades afrodescendientes, sin embargo la masiva difusión de dicha técnica de trenzado convirtió a este peinado en moda disponible al consumo de turistas de todo el mundo, personas del espectáculo y público en general, con el consiguiente distanciamiento de su contexto de surgimiento y por ende de su tradición, lo cual ha generado múltiples controversias. Es en este sentido que los colectivos de afrodescendientes se han pronunciado en contra de lo que consideran una apropiación cultural aunque realizan algunas distinciones, ya que no es lo mismo un sujeto que practica la cultura afro en pos de deconstruir la narrativa racista y opresora, que hacerlo sólo guiado por la moda profundizando estereotipos como "primitivo","rústico", al denominar el peinado de este modo. En otro nivel de análisis, la apropiación por parte de una multinacional como medio para acrecentar sus ganancias sin ninguna referencia ni participación de las comunidades afrodescendientes como ocurre con algunos estilos de música y otras expresiones artísticas, también conlleva un modo de apropiación cultural que es preciso revisar.


Desenredando significados


En algunas regiones del continente africano el trenzado del cabello suponía (y supone) una variedad de

diseños que remiten a una determinada etnia y se corresponden con la edad de quien las lleva. También se utilizan para identificar parentescos o la región geográfica de procedencia. Durante el período de la esclavitud en América la narrativa histórica nos habla de la importancia del trenzado como elemento de resistencia y de acción libertaria. Así, las mujeres supieron dibujar rutas en sus cabezas a modo de mapas para poder huir de las plantaciones. Además el peinado apretado permitía esconder semillas que podrían usarse luego del escape en los territorios cimarrones.

La confección del trenzado requiere de muchas horas de trabajo lo cual confiere a ese momento de una particularidad muy importante ya que se trata de un espacio compartido por mujeres de diferentes edades y generalmente conlleva el relato de historias familiares, canciones, cuentos o conversaciones íntimas. Se trata de un proceso en el cual se entrelazan cabellos, narrativas e identidad, y sobretodo espacios de resistencia.


En la década de los 60, época en la que en Estados Unidos se fortalecían movimientos como “Black Power” y “Black is beautiful”, el cabello afro y los peinados trenzados fueron recuperados por los movimientos afroamericanos como símbolo de lucha y de afirmación de la identidad afro. Sin embargo, este proceso de creciente revalorización y visibilización de la cultura afro, atravesado por el tamiz de la cultura del consumo capitalista en la cual estamos inmersos, supone, en muchos casos, un vaciamiento de sus significados ancestrales y deviene en un elemento de uso despojado completamente de su contexto de surgimiento. De este modo se refuerza la tendencia, propia de las sociedades de consumo, a pensar las culturas como cosas y por ende, parte del mercado de bienes materiales.


Es por ello que la popularización de las manifestaciones culturales afro requiere del acompañamiento de políticas públicas de salvaguarda de dicho patrimonio cultural inmaterial que sean lo suficientemente amplias para contener las nuevas formas de identidad y etnicidad propias de un espacio globalizado cuya población sostiene relaciones interculturales complejas y en constante movilidad. Es decir, las políticas públicas deben esforzarse por cobijar nuevas nociones de identidad, etnicidad y cultura.

Esto no debe suponer, tal como lo explica el Cheik Anta Diop (escritor, antropólogo, físico nuclear y político panafricanista senegalés) una concepción inmutable del medio cultural, por el contrario se trata de una estructura asimiladora que se modifica y enriquece, sin perder su identidad. De este modo, cada civilización posee un doble registro conceptual: "El primero pertenece a una esfera específica, a una zona protegida, valga la expresión, por la barrera psicológica propia de cada pueblo, espacio que no se puede aprehender sino desde dentro. El segundo registro da cuenta de lo universal, de las ideas generales inteligibles para todos, terreno en el cual una civilización puede influir en otra. La decadencia del núcleo específico pone término a la vida de las sociedades o de las civilizaciones. Y todos los esfuerzos tienden hoy día a proteger esa especificidad enriquecedora” (Cheik, 1982)

Cuando la administración y custodia de las expresiones culturales queda en manos de empresas privadas suelen abandonar sus rasgos emancipatorios para ser consumidas según las apetencias del mercado. Es notorio en este sentido, la proliferación de la moda de las trenzas en zonas turísticas sin ninguna alusión a la tradición histórica de las mismas. En consecuencia, las “trenzas africanas” se presentan como un fetiche estético cargado de significados esencialistas atribuidos por la mirada occidental e inofensiva para el sistema.

La problemática de propiedad y salvaguarda de las obras y expresiones artísticas se extiende más allá de las expresiones que conciernen a la cultura afro siendo un tema de gran complejidad que afecta a todas las manifestaciones culturales en general en mayor o menor medida.

Es justo entonces asumir las interpelaciones acerca del paradigma cultural que apoyamos y por lo tanto cuál es el espacio para la difusión creativa responsable y cuál para la cooptación o expropiación, y en este caso, cómo combatirla. Es decir, se trata de modos contrapuestos de comprender la cultura, o bien como una mercancía producida y consumida por las personas, o como un derecho del ciudadano fundante de identidad.

En palabras del reconocido escritor revolucionario caribeño, Frantz Fanon: “La constante preocupación afirmada de respetar la cultura de las poblaciones autóctonas no significa, por tanto, que se tengan en consideración los valores representados por la cultura, representados por los hombres. Más bien se adivina con esta decisión una voluntad de objetivar, de encajonar, de encerrar, y de enquistar”.

En consecuencia, urge la elaboración e implementación de políticas de Patrimonio Cultural Inmaterial Afrodescendiente por parte de gestores que permitan salvaguardar las expresiones culturales; protegiéndolas de sucumbir ante un multiculturalismo domesticado que suprime el rasgo reivindicatorio y obstruye el surgimiento de proyectos históricos alternativos.





Daniela Lasalandra

Licenciada en sociología (UBA), Docente

Maestranda en Diversidad Cultural - Especialización en Estudios Afroamericanos (UNTREF)


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