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Eduardo S. Molano

Tradición frente a modernidad en la moda de África

Al igual que las lenguas tradicionales, el sector textil como elemento cultural se encuentra amenazado en algunas regiones del continente

Sombreros de ala ancha, pajaritas policromáticas, zapatos rockabilly... en la tierra «sapeur», todo vale.

Desde que en 1922 el político congoleño André Grenard Matsoua regresara de París convertido en un dandi, a ambos lados de los Congos (Brazzaville y Kinshasa), el movimiento «sapeur» -derivado de la palabra «sape» (Sociedad de Ambientadores y Personas Elegantes)- no ha hecho sino acrecentar el número de adeptos. Su punto de arranque no puede ser más simple: el hombre es el centro de la creación y como tal debe ir vestido.

Ya en la década de los 60 y 70, el movimiento viviría su máximo apogeo como modo de resistencia postmoderna al régimen del congoleño Mobutu Sese Seko, y su apología de la cultura africana auténtica y ancestral.

«Este ensalzamiento partía de una premisa errónea: no existe un concepto “africano” de la moda tradicional, como tampoco existe un concepto “europeo” de la moda tradicional», destaca la socióloga Camille Mputu. «En cada país los gustos son diferentes, también a la hora de vestir», asevera la experta.

Por ello, los seguidores de esta costumbre no dudan en dedicar la mayor parte de sus ganancias a adquirir vestimentas. Cuanto más barroco sea el complemento, mejor: zapatos inmaculados de 200 euros para caminar entre barrizales, trajes de vivos colores, bastones con más marfil que una manada de elefantes...

Sin embargo, casi medio siglo después del esplendor del movimiento «sapeur», las inclinaciones en materia de vestir parecen ciertamente aún más homogéneas que entonces. Tradición y modernidad continúan batiéndose en guerra desigual.

«Al igual que muchas lenguas tradicionales están desapareciendo (según estimaciones de la Unesco, el 43% de las más de 6.000 lenguas con las que interrelaciona la humanidad se encuentran amenazadas. Cerca de 500 de ellas, de forma crítica), también lo hacen los ornamentos», reconoce Mputu.


Flujo migratorio

Para entender la defunción castiza es necesario poner en perspectiva dos tendencias. Por un lado, el continuo flujo migratorio entre países. Más aún, en un continente donde la nacionalidad no la marca el pasaporte. Por el otro, la creciente occidentalización de la moda. «En las grandes urbes, donde confluyen varias identidades, los gustos suelen homogeneizarse. Simplemente, las shukas (mantas masai tradicionales) comienzan a dejar paso al traje, la corbata o la ropa deportiva».

Pese a ello, para la socióloga congoleña, este apego por la igualdad en la fachada no debe analizarse tan solo desde un modo de vida negativo. Es cierto, la simplificación del modo de vestir implica la perdida de una fracción moral de la cultura, pero también tiene sus puntos positivos: entre ellos, evita «la diferenciación de la clase social ligada a la tribu o etnia» y, en ocasiones, «abarata el coste».

Así que ante este creciente nuevo gusto en la moda, algunos países comienzan a aliarse con sus máximos «rivales». Éste es el caso de Etiopía, donde el fabricante de calzado chino Huajian comenzó a operar en enero de 2012 una macro-factoría (20.000 zapatos al mes). La tradición, eso sí, también ayudaba, en un país cuya industria del cuero emplea a 8.000 trabajadores y cuyas exportaciones rozan los 8 millones de dólares anuales.

No obstante, países como Kenia todavía tienen un largo recorrido para convertirse en un mercado de las manufacturas textiles.

En su obra «¿Por qué está superando Bangladesh a Kenia? Un estudio comparativo del crecimiento y sus causas desde 1960», John Roberts y Sonja Fagernas ya advertían en 2004 de las paradojas de este desarrollo diferenciado.

En el análisis se aducían razones como «el amiguismo entre el Gobierno y las empresas de Kenia» que provocaba barreras de entrada a las compañías internacionales, en comparación a Bangladesh, donde las sociedades privadas locales han sido predominantemente de pequeña y mediana escala, flexibilizando la economía y su capacidad para la obtención de ingresos externos e internos.

A su vez, los costes laborales en la industria manufacturera (textiles) son históricamente menores en Bangladesh que en Kenia, debido a que en el país africano éstos aumentaron en la década de los 70 y 80 gracias al crecimiento del sector público.

Mientras, y a la espera del «low -cost» homogéneo, los «sapeur» continuarán batiéndose en duelo contra la tradición.


Eduardo S. Molano

Corresponsal en Nairobi y Accra para ABC.es




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