¿Qué es la islamofobia?
Con la persecución a los hermanos Salomón, ha aparecido, en estos días, un nuevo término en los medios locales: la islamofobia. Se trata de un neologismo para denominar una forma de racismo específico, contra los musulmanes. En estas breves líneas, me propongo explicarlo de manera sintética y didáctica.
Empecemos por el principio. ¿Qué es el islam? Una religión monoteísta nacida en el siglo VII en La Meca (hoy, Arabia Saudita) profesada por millones de personas en todo el mundo. ¿Todos los árabes son musulmanes? No. Hay árabes musulmanes, judíos, cristianos y también los hay ateos. ¿Todos los musulmanes son árabes? Tampoco. Históricamente, el islam se expandió con la lengua árabe y, por eso, denominamos como “países árabes” a aquellos donde se utiliza esta lengua. Así, el islam es el vector cultural del Mundo Árabe, como en América Latina lo es la cultura judeo-cristiana, que nos llega a través de la lengua española. Eso no significa que, por hablar español, seamos todos cristianos ni que todos los cristianos estemos en América Latina. Ambas regiones son diversas y heterogéneas. Así, por ejemplo, el país con más musulmanes es Indonesia, que no es un país árabe, es decir que ni su lengua ni su cultura son árabes.
No está de más recordar en este punto que las religiones son previas al nacionalismo, el nacionalismo a las naciones y las naciones a los Estados. La nacionalidad y la religión son identidades que se solapan, pero no son idénticas, excepto en el caso de Israel. Allí, cualquier judío tiene acceso a la nacionalidad israelí, es decir que la religión es, al mismo tiempo, nacionalidad. ¿Cómo es esto posible? En el apogeo de los nacionalismos, a mediados del siglo XIX, los judíos europeos crearon su propio movimiento nacional, el sionismo. Así, unieron religión y nacionalismo.
Provistos de una religión-nacionalismo, los sionistas buscaron un lugar donde erigir su Estado-nación y presentaron las opciones de hacerlo en Palestina (que, en ese momento, era colonia inglesa) o la Argentina. Finalmente, se decantaron por la primera opción y, ayudados por los ingleses, comenzaron su proyecto de conquista de ese territorio, despojando, expulsando y masacrando a la población local; los palestinos. Así fue como las milicias sionistas llevaron la práctica del terrorismo a Medio Oriente, atentando contra las oficinas británicas y la población palestina. Pero el terrorismo no tiene una sola identidad -ni nacional ni religiosa-, sino que es una manifestación del extremismo.
En Palestina, había -y hay- creyentes de la fe cristiana, musulmana y judía. Pero, para crear una oposición semántica viable que avalara la exclusión total, los judíos llamaron a este pueblo originario “musulmanes”. Y así fue como los palestinos se convirtieron en “los judíos de los judíos”, como se decía en los primeros años tras la tragedia de 1948 en los campamentos de Líbano, donde aún malviven los refugiados palestinos (musulmanes, cristianos, ateos) esperando volver a su patria: Palestina.
Así, el estigma que, durante tantos años, había perseguido a los judíos en Europa fue traspasado a los palestinos, ahora llamados “musulmanes”. Con el tiempo, esta denominación se extendió en el resto de los países árabes, que pasaron a ser, para el imaginario occidental, todos musulmanes. Esta categorización no sólo esencializa y anula la diversidad de poblaciones compuestas por millones de personas (imaginémonos que a los latinoamericanos se nos llamara a todos cristianos), sino que, además, oculta bajo una categoría rígida e inmutable -la religión y, por extensión, la cultura- la realidad de estos pueblos, atravesada por cambios e intereses políticos y económicos tanto locales como extranjeros.
En épocas de fervor religioso y oscurantismo como las que estamos viviendo en nuestra región, la ignorancia y la indiferencia son los peores enemigos de quienes luchamos por un mundo más justo y libre. La islamofobia es racismo. El racismo es odio. Y del odio al extremismo, hay un paso.
Carlina Bracco
Politóloga (UBA), Magister y Doctora en Culturas Árabe y Hebrea (UGR).
Publicado originalmente en La Tinta