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Pablo Moral

Adónde migran los africanos

Pese a que pueda existir la percepción popular de que los migrantes africanos tratan de huir desesperadamente hacia el primer mundo, los datos disponibles revelan una realidad mucho más diversa y compleja. ¿Quién migra en África, por qué y adónde?

Mujeres en un camino en Nairobi. Fuente: Promise Tangeman


No es ningún secreto que en el imaginario popular África es a menudo retratada como un continente sumido en la pobreza y el subdesarrollo cuyos emigrantes no tienen más remedio que intentar exiliarse del conflicto y la miseria. Frecuentemente, al hablar de inmigrantes africanos, el significado se suele reducir a un éxodo desesperado de subsaharianos que tienen como objetivo cruzar el Mediterráneo en busca de una mejor vida en Europa. Determinadas retóricas alarmistas, con un importante calado en la sociedad, alimentan esta percepción, así como las imágenes impactantes de tragedias migratorias en los medios de comunicación.

Sería ingenuo afirmar que estas imágenes son irreales o que el drama no es tal, pero los datos disponibles sugieren que no se debe tomar este fenómeno como representativo del conjunto de las migraciones africanas. Los patrones migratorios en África, en general, no difieren sustancialmente de los de otros continentes: la mayoría de los africanos emigran hacia otro país africano, por trabajo, estudios o circunstancias personales. Y, además, lo hacen mediante cauces legales, con visados y pasaportes válidos.


El desarrollo, un incentivo para migrar


Es innegable que el conflicto y los desastres naturales hacen que millones de africanos se vean forzados a emigrar; de hecho, África es el continente con mayor número de refugiados y desplazados internos. Pero la inmensa mayoría de ellos lo hacen o bien dentro de las fronteras estatales o hacia los países aledaños; solo una pequeña parte pone rumbo hacia el norte, en busca de suelo europeo. En 2017 la cifra de refugiados en territorio africano sobrepasaba los 6,5 millones, mientras que la de desplazados internos superaba los 12. No obstante, en el grueso de las migraciones africanas entran en juego múltiples factores que no están asociados ni al conflicto ni a la pobreza extrema. Es más: pese a que pueda ser una percepción extendida, no suelen migrar los que menos tienen, sino aquellos que han conseguido cierto nivel adquisitivo como para poder asumir los costes del desplazamiento. Esta lógica también impera a nivel estatal: no son los países más pobres los que emiten más emigrantes; son aquellos que han adquirido un cierto grado de desarrollo.

El desarrollo resulta un acicate para las migraciones más que un impedimento, dado que suele aumentar los recursos materiales disponibles, las redes sociales, la educación y el conocimiento. África es un continente emergente donde multitud de economías están creciendo a niveles muy esperanzadores, con lo que permiten un nivel de desarrollo que favorece la migración. Así, la mayoría de los africanos solo migra si tiene capacidades y aspiraciones personales para ello. Los que cubren distancias más largas suelen contar con ciertos recursos económicos y estar alfabetizados y cualificados, mientras que los más pobres y menos educados tienden a migrar menos y a destinos más cercanos.

En la decisión de migrar influyen múltiples factores, lo cual añade una extraordinaria complejidad al fenómeno migratorio africano. Entre ellos, indudablemente, figuran los económicos y políticos —búsqueda de empleo y de mejores oportunidades, calidad de la gobernanza, inseguridad, discriminación, desafección política, conflictos…—, pero también aspectos socioculturales, como los sistemas educativos, la etnicidad, el idioma o las redes y contactos en el exterior, aparte de las características personales y familiares del migrante. A ello hay que sumar los condicionantes medioambientales y climáticos, los demográficos —como la densidad y distribución de la población— y factores como el marco legal, el entorno político regional, las normas culturales, la acogida en el país de destino, el coste y la dificultad del viaje, la lejanía del destino o la disponibilidad de nuevas tecnologías.


Un continente en movimiento


En las últimas décadas, los avances en la integración regional africana, los mayores estándares de vida, las mejoras de las infraestructuras y de las tecnologías y el crecimiento demográfico han hecho que África sea, por delante de Asia, el continente que ha experimentado un mayor incremento relativo de emigrantes.

En 2017 había más de 36 millones de inmigrantes africanos en el mundo, tres cuartos más que a comienzos de siglo. Esta cifra, aparentemente elevada, convierte a África, pese a su gran tamaño y población, en el continente que menos migrantes origina —salvo América del Norte y Oceanía—: solo un 14% de los inmigrantes en el mundo son africanos. De hecho, más de la mitad de los africanos que viven fuera de su país de origen lo hacen en otro país de África; si no se contase el Magreb, la cifra ascendería hasta los tres cuartos. En general, los países con litoral mediterráneo guardan patrones de migración muy distintos a los subsaharianos: la amplia mayoría de los emigrantes magrebíes se marchan a otro continente. Europa, donde los vínculos históricos y las redes sociales son muy significativos, es su destino principal, si bien también hay una importante presencia de magrebíes en Oriente Próximo.

En el resto de África se migra mayoritariamente a los países vecinos o del entorno regional. En África occidental, por ejemplo, la zona más dinámica en cuanto a movilidad migratoria, casi todas las migraciones son intrarregionales. Esto es posible gracias a la porosidad de las fronteras, una larga tradición migratoria entre determinados países, la presencia transnacional de determinados grupos étnicos y a que la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (Cedeao) prevé formalmente el libre tránsito de personas. También África oriental ejemplifica la fuerte conexión migratoria intraafricana: dos tercios de los migrantes tienen como destino otro país de la región.

Principales flujos de inmigración intraafricana (2015). Fuente: African Studies Centre Leiden


Por lo general, el patrón migratorio que prima en África es desde los países del interior hacia la costa o países con mayor nivel de desarrollo o terrenos más fértiles. La migración más prevalente es desde las áreas rurales más marginadas a los centros urbanos, donde suele haber mayores oportunidades, si bien este fenómeno coexiste con otros patrones: migraciones de una zona rural a otra por la posibilidad de acceso a tierras o el desarrollo de nuevas actividades; de una ciudad a otra; de la ciudad al campo —la aglomeración de personas en grandes centros urbanos también puede favorecer la precariedad y la marginalidad—, y migraciones circulares, dependientes fundamentalmente de las campañas agrícolas. El gran peso de la población rural en el fenómeno migratorio en África no resulta sorprendente si se tiene en cuenta que el 60% de la población al sur del Sáhara vive en el campo.

En general, suelen migrar más hombres que mujeres y la edad mediana se sitúa en los 31 años. Además, los africanos se mueven principalmente dentro del territorio nacional: los migrantes internos superan con creces a los internacionales, pero la dificultad de cuantificarlos dificulta conocer una cifra exacta.


De África al mundo


De los más de 17 millones de emigrantes africanos fuera de África, Europa acoge a más de la mitad. Esta población, sin embargo, es ligeramente superior a los inmigrantes europeos que viven en América del Norte. Sin considerar a los inmigrantes magrebíes, la cifra se reduce a poco más de cuatro millones, la mitad de ellos, aproximadamente, de ocho países subsaharianos. No es casualidad que los dos países europeos con mayor número de inmigrantes subsaharianos sean las otrora dos grandes metrópolis: en el Reino Unido viven en torno a 1,2 millones de subsaharianos, mientras que en Francia la cifra es cercana al millón. Estos países, junto con Italia y Portugal —provenientes en su mayoría de antiguas colonias—, acaparaban en 2017 casi tres cuartos de los subsaharianos en Europa.


Pero el Viejo Continente no es el único destino de los africanos. En Estados Unidos viven más de un millón de inmigrantes subsaharianos. Canadá tampoco es un destino inusual y la emigración a Asia va in crescendo, particularmente desde el África oriental a los países del Golfo, como Arabia Saudí. También es remarcable la emigración desde el África austral a Oceanía, particularmente a Australia.

A tenor de los datos, no cabe duda de que, desde comienzos de siglo, las migraciones desde África al resto del mundo han aumentado notablemente en términos absolutos: hay en torno a 9 millones más de africanos fuera de su continente de origen. No obstante, la cifra apenas ha crecido un 5%, en detrimento de las migraciones intraafricanas. Este leve ascenso ha sido propiciado por el mayor porcentaje de africanos que han decidido marcharse a América del Norte y Asia. Por el contrario, el porcentaje de africanos —incluyendo magrebíes— que habían migrado hacia Europa en 2017 seguía siendo el mismo que en 2000.

A pesar de que el grueso de la emigración es intraafricana, la gran mayoría de las remesas —envíos de dinero— que reciben los hogares africanos proviene del exterior —Europa, principalmente—. En ello tiene que ver que el Magreb atesore tres quintos de las remesas que entran en el continente. Si a ello le sumamos que Nigeria acapara más de un tercio del total, el resultado es que el resto del África subsahariana, donde se ubican buena parte de los países más pobres del mundo, apenas recibe el 12% de las remesas a África.


El continente del futuro


Actualmente, la edad mediana de la población en África es de 19 años y medio, cifra que sería más baja si no se considerase el norte del continente. El 60% de la población africana tiene menos de 25 años y la media continental de nacimientos por mujer se sitúa en 4,43 —aunque decrece paulatinamente—. Ello, unido al vigoroso incremento de la esperanza de vida, hará que la población actual —1.256 millones de africanos, casi el 17% de la población mundial—, se duplique en apenas tres décadas. Para 2050 un cuarto de la población mundial habrá nacido en África y en 2100 se espera que la población en el continente alcance los 4.467 millones, lo que hará que cuatro de cada diez personas en el mundo sean africanas.

Este incremento exponencial de la población coincidirá con unas condiciones climáticas que se prevén más hostiles y que pueden tener el doble resultado de erosionar el medioambiente y espolear los conflictos. Solo con estas previsiones no resulta difícil vaticinar un aumento sustancial de las migraciones internacionales desde África. Pero, si además consideramos que en el resto de los continentes —salvo Norteamérica y Oceanía— la tendencia poblacional es el decrecimiento demográfico, particularmente acuciante en Europa, solo cabe esperar que el continente que dio origen a la especie humana sea el motor de rejuvenecimiento de un mundo cada vez más envejecido.

Todo parece indicar que el vigor de las migraciones africanas es irreversible y, además, que aquellas que actualmente son marginales, las extracontinentales, tenderán a incrementar su relevancia con el paso de las décadas. Ante este panorama, tratar de impedir unos flujos migratorios que se presumen inevitables no parece que sea la opción más efectiva a largo plazo. Por ello, en primer lugar, resulta razonable incidir en el fomento de un desarrollo sostenible mediante el que las naciones africanas puedan dar abasto por sí mismas a toda la demanda laboral que se incorporará progresivamente a unos mercados laborales que ya se encuentran en buena medida saturados. Y, en segundo lugar, parece propicio avanzar multilateralmente hacia una gestión más eficiente y responsable del creciente fenómeno migratorio, que sea capaz de aprovechar las oportunidades que este presenta y prevenir sus potenciales secuelas.


La integración en grandes bloques económicos como la Cedeao —más conocida por sus siglas en inglés, ECOWAS— contribuye al desarrollo de los países africanos.

En este sentido, se están dando pasos favorables en África, como el protocolo de la Unión Africana sobre libre movimiento de personas y derecho a residencia y establecimiento, firmado en marzo de 2018 como complemento del área de libre comercio a la que se han comprometido 44 países. No obstante, la experiencia de las normas de libre circulación ya existentes en organizaciones como la Cedeao, el Mercado Común de África Oriental y Austral o la Comunidad Africana Oriental invitan a ser cautos, ya que no suelen aplicarse en su totalidad. En África el panorama social, además del legal, de los inmigrantes dista también de ser idílico. El recelo hacia el inmigrante, los abusos a sus derechos, las deportaciones y la xenofobia, presentes alrededor del mundo, también encuentran arraigo en el continente africano desde las propias independencias nacionales.

En cualquier caso, se ha de ver con buenos ojos el lanzamiento de iniciativas africanas —no solo en el ámbito migratorio, sino en el político, del desarrollo o de la seguridad— que cuenten con el apoyo de socios extracontinentales en vez de a la inversa. Los proyectos intervencionistas con tintes mesiánicos ideados desde el exterior suelen resultar insuficientes y anteponer el interés foráneo al africano. Una África para los africanos será una África más próspera, y ello repercutirá a buen seguro en el bienestar del mundo entero.




Pablo Moral

Écija (Sevilla) Graduado en Relaciones Internacionales y estudiante del máster euromediterráneo en la Universidad Complutense de Madrid. Interesado en asuntos de seguridad internacional.

Artículo publicado en https://elordenmundial.com

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